El relato que leemos este domingo en el evangelio es de la conversión de Zaqueo.
Es muy importante enterarse que en el relato la alegría tiene un papel enfático. La palabra alegría o gozo se encuentra en el centro de la historia. “Entonces él [Zaqueo] descendió aprisa y lo recibió gozoso.” El relato tiene dos partes y la palabra “gozosamente” está donde las dos partes se tocan.
La primera parte habla de Zaqueo en el camino de Jesús y la segunda de Jesús en la casa de Zaqueo. Es posible constatar varios paralelos entre los dos partes.
En la una y la otra parte oímos la palabra “hoy”. Es Jesús quien lo dice en ambos casos. “…hoy es necesario que me hospede en tu casa”. Y al final: “Hoy ha venido la salvación a esta casa…” Y entre estos dos “hoy” tenemos la respuesta de Zaqueo cambiado, convertido.
El iniciador de la acción en la primera parte es Zaqueo, en la segunda, Jesús. Zaqueo vive entre límites y barreras que resultan demasiado grandes e insuperables para él. Jesús entra entre estos obstáculos.
Vemos una búsqueda humana, una búsqueda de la iniciativa de Zaqueo y un descubrimiento que sale de la iniciativa de Jesús. La búsqueda de Zaqueo quiere encontrar la salida de esta situación de cierre, Jesús lo va a visitar a Zaqueo en medio de este cierre.
¿Qué es esta búsqueda de Zaqueo, en qué consiste? Comprendía que algo no iba bien con su vida. Percibió que estaba en un declive, vivía en una rampa –por decir así–, continuamente deslizándose, y quería salir de esta situación. Al subir –al subir al sicómoro– intenta superar sus límites, superar las barreras las que han construido alrededor de él la exclusión y sus propias injusticias con sus compatriotas. Los muros alrededor de él los construyeron la Ley y su maldad juntas. San Pablo habla en la carta a los Romanos de esta situación donde la Ley sirve sólo para hacer conocer el pecado.
Jesús invita a Zaqueo a bajarse del lugar donde había subido. “Desciende.” E incluso le dice que lo haga de prisa. La urgencia enfatiza más el descenso. “Date prisa, desciende.” Además, Jesús expresa su voluntad de ir a donde está Zaqueo. Esto hay que notarlo bien. Jesús no sólo quiere que Zaqueo descienda. Jesús quiere ir aún más a donde está Zaqueo. Quiere ir a su casa, en el sitio donde él vive, donde Zaqueo es más él mismo.
Y todo eso es algo que “es preciso”, “es necesario”, “hay que”. En el evangelio de Lucas este “hay que” siempre expresa algo que sale de la voluntad de Dios de salvar al mundo.
Entonces, la respuesta a la iniciativa de Zaqueo es una respuesta divina.
Jesús quiere entrar en el mundo de Zaqueo. No le da una enseñanza, sino que entra en contacto con él y así influye en él, le afecta y conmueve. Y el efecto de este contacto, de este “quedarme contigo” es la alegría.
Es la alegría que marca el cambio. Jesús cambia a Zaqueo, no con una instrucción, sino con su presencia y su estar con él. Jesús no se presenta como el dueño o propietario de la verdad sino como un compañero que va a buscarle a él hasta entre las barreras construidas por su injusticia y ratificadas y cementadas por la Ley supuestamente divina. Jesús va a buscarlo y se queda con él. “Es preciso que hoy me hospede en tu casa.” Jesús no es el propietario de la verdad –si lo fuera, daría instrucciones–; Jesús no posee la verdad, sino que es la Verdad. Jesús está presente y a través de su presencia afecta, conmueve, cambia, crea.
Después de recibir a Jesús Zaqueo cambia. Su cambio lo vemos en su intención que expresa de dar a los pobres la mitad de sus bienes y devolver cuatro veces más a los que haya defraudado en algo.
Zaqueo recibe a Jesús en su casa y después recibe la iniciativa de Dios en su vida. Esto es la conversión.
Y la alegría que está en el centro de este relato, nos muestra cómo actúa Dios, cómo tiene influencia lo que llamamos la gracia. La alegría está entre los dos momentos: recibir la iniciativa de Dios y la decisión que expresa la conversión. La conversión es otro nombre de la alegría.
La alegría de Zaqueo no es el resultado de una decisión. No podemos decidirnos a tener alegría. La alegría se produce en nosotros. Es algo que viene de fuera y se convierte en algo muy nuestro, algo tan íntimamente nuestro que es imposible diferenciarla de nosotros. Aunque decimos que tenemos alegría, no es exacto hablar así. Es más justo decir que la alegría nos tiene a nosotros. No tenemos la alegría, sino que somos alegres.
Y la alegría sin ninguna transición se pone en marcha hacia las acciones. Es la conversión.
Me gusta muchísimo lo que dijo el anterior arzobispo de Canterbury en uno de sus sermones[1]:
“Ningún poder puede forzar el corazón humano. ¿Cómo cambia, entonces, el corazón humano? Cambia cuando es roto por el amor. Cambia con la revelación de que nada es demasiado costoso para ser gastado con nosotros. Es la naturaleza del amor de Cristo: ese –y ese sólo– es lo que se rompe y rehace el corazón humano; ese momento cuando nosotros mismos reconocemos desde cero y conocemos nuestro valor, nuestra dignidad, a un nivel completamente nuevo.”
Creo que es esta experiencia de amor lo que deseamos nosotros también. Queremos convertirnos. Queremos que Dios nos convierta, que nos toque el corazón con su amor.
Y tal vez no sólo podemos desearlo sino podemos pedirlo. Esta petición es nuestra subida al sicómoro.
Y tal vez Jesús también a nosotros va a invitarnos a volver entre las barreras de nuestra vida, en las situaciones cotidianas donde nos sentimos tan pequeños, va a invitarnos a él para quedarse con nosotros.
[1] http://rowanwilliams.archbishopofcanterbury.org/articles.php/2558/archbishops-sermon-at-york-minster
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